sábado, 30 de noviembre de 2013

CARNAVAL

Otro año más. Tenía que asistir al baile, al mismo baile de siempre. De pequeña me llenaba de ilusión, pero ahora creo que lo he llegado a aborrecer. No sabía que me pondría. Total, lo más seguro es que nadie se fije en mí.

A la mañana siguiente salí a las calles de Venecia, para buscar alguna máscara de quita y pon. Pero ese día todo iba más lento. Quería disfrutar de mi ciudad porque, ahora que me doy cuenta, nunca había tenido tiempo para ello. Las pastelerías trabajaban muy duro. Ese día, además, vendían unas chocolatinas carísimas, pero exquisitas. Cuando saboreas una, sientes un trocito de paraíso en tu boca. Las paredes, con humedades a causa del agua tenían un brillo único y las flores de las terrazas parecían reírse entre ellas gracias al cortejo del viento. Me paré un momento junto al puente Rialto, mientras veía un elegante dragón negro con un gondolero a sus lomos pasar. El señor me guiñó el ojo. De repente, empezaba a respirarse cierta magia en el ambiente. Entré a una tienda a comprar leche y la anciana tendera me regaló una humilde máscara para la celebración. Nada más ver la máscara, supe que ese baile sería especial, porque esa máscara era especial, tenía cara felina.

La noche tornó el azul zafiro del cielo en negro azabache. Me puse un collar blanco a juego con el lazo del vestido que me prestó mi hermana. Sencilla pero dulce y delicada como una rosa, según mi abuela. Cogí la máscara y me dispuse a ir al baile. Cuando llegué, todo el mundo había entrado al salón de baile. Solo quedaba un gato negro que me maulló. Como siempre, llegaba tarde. Me até la máscara y me adentré en aquel monótono banco de peces. Todos sonrientes y perfectos para la ocasión. Me acerqué a mi amiga, que hablaba con su primo. Entablamos una larga conversación. Me gustó. El chico decía que detestaba la hipocresía de la gente que acudía a aquel lugar. Pensaba igual que yo.

De pronto, el suelo empezó a temblar. Unas hélices atronadoras perforaban mis oídos. “No puede ser, bombarderos” -pensé. Perdí de vista a mi amiga. Se hizo el caos. Solo quedábamos el muchacho y yo. Salimos corriendo. Caían las primeras bombas. Yo estaba absolutamente aterrorizada. No había una guerra desde el año 2767. Nos refugiamos en una panadería abandonada. Aún olía a pan recién hecho. Las llamas devoraban las casas, las macetas, las góndolas, todo. El chico me cogió por los hombros, me miró fijamente y me dijo que no me asustara. Inesperadamente, se transformó en el gato negro que había visto antes. Era él. Pero ahora hablaba. Me dijo que le diera un beso, pero la sola idea me repugnaba: a saber que habría comido o peor aún, lamido. Antes de besarlo, quise pedirle una explicación. Entonces, me dijo:

- Si me besas, nos salvaremos porque tu máscara tiene un poder secreto. Si un humano tiene puesta la máscara y besa a un gato, ésta se convierte en un portal. De este modo,  podremos salir de aquí.

- ¿Y a dónde nos conducirá?

- A la Tierra, a la verdadera Venecia…



                                                                      Maite Díaz.


domingo, 11 de noviembre de 2012

EL SUEÑO DE UNA COMETA


Era un día soleado, como otro cualquiera. Estaba empezando a hacerme mayor, así que decidí que mi 16 cumpleaños lo celebraría con mis amigos en las playas de Alborán. Un lugar donde las cigarras cantan de sol a sol, los pinos mediterráneos destacan por sus agujas esmeraldas y el mar es el papel donde dibuja el cielo.

Nos fuimos temprano, para aprovechar al máximo las horas que teníamos por delante. Disfruté cada rayo de sol, mientras veía mi piel dorándose con granos de sal sobre todo mi cuerpo. Sin embargo, lo que más me gustaba de aquella cala era sentarme a su orilla, cerrar los ojos y dejarme llevar a mundos lejanos. El agua palpaba mis pies y los vestía con arena. El viento murmuraba a mi pelo cosas que solo ellos dos entendían y el olor a salitre llenaba hasta la última célula de mi organismo con recuerdos. Pero lo que más me hechizaba de ese paraíso era el sonido del romper de las olas…

Al atardecer, decidimos entrar en una gran casa abandonada, que se encontraba en nuestra playa. Traspasamos su puerta, raída por el paso de los años; sus muros de cal empezaban a deteriorarse a causa de la humedad. Atravesamos el comedor, lleno de sillas de esparto que rodeaban una mesa muy alargada, presidida por un botijo de cerámica. Parecía un lugar donde los típicos abuelos invitaban a sus nietos a pasar el verano con ellos. Las telarañas envolvían cada esquina, cada vivencia.

De repente, un escobón cayó al suelo, ninguno había tocado nada. En ese momento, un perro comenzó a ladrar, y pudimos oír que  la mecedora del porche empezó a moverse. Nos miramos aterrorizados, así que dimos por finalizada nuestra visita.

Al darnos la vuelta, un niño de unos seis años que vestía un bañador de los años 40, nos observaba. El chiquillo emprendió una veloz carrera hacia nosotros, que salimos corriendo en todas direcciones.

El niño me perseguía mientras algunos de mis amigos habían conseguido huir. Me sentí una rata de laboratorio, incapaz de ver la salida en ese laberinto de habitaciones oscuras. Entonces, vi una gran ventana, la abrí y salté.

Cual fue mi sorpresa que en ese instante me vi convertida en una cometa. Pude volar gracias al temporal de levante, planeaba y planeaba, era libre. Los pájaros me miraban con recelo y mis amigos contemplaban atónitos el espectáculo.

A la mañana siguiente, cuando desperté, estaba junto a mi hermana. Al verme, me sonrió, su cara rebosaba felicidad.

La volví  mirar y me dijo:  -¿Qué, otra vez soñando con los humanos? 


                                                                Maite Díaz.

AYER ME SOÑÉ GAVIOTA


Anoche, mientras dormía
soñé que era una gaviota.                               

Será, quizás, porque adoro
el mar, el sol y la playa,
con su olor a salitre
y el viento en mi cara.

Será, quizás, porque deseo
ser un pájaro, volar,
y por las corrientes de aire
dejarme, hacia ti, llevar.

Será, quizás, porque añoro
la sensación de libertad,
de correr por el mundo,
de poder irte a buscar.


Será porque a mí me encanta
ver mi imaginación volar.

Será, quizás, porque, aquí,
todo lo que me rodea
despierta mi amor por ti.


                                               Maite Díaz.

¡Reality Show!

Los Reality Shows son programas de televisión en los cuales los protagonistas no son actores, sino personas de la vida real.

Estos programas tienen un gran éxito porque los participantes utilizan un lenguaje vulgar y "actúan" de manera improvisada., lo que hace que el espectador se sienta más cercano a ellos, identificándose en muchas ocasiones.

Hay diferentes tipos de realitys (supervivencia, encierro, academia artística, cambio de imagen, show rústico, etc.) en los cuales el principal objetivo para conseguir audiencia es el morbo, haciendo sufrir a los participantes y poniéndoles a prueba.

Los programas de este estilo no educan a la sociedad, no informan y no dan un buen ejemplo de espectáculo, ya sea real o ficticio. Por el contrario, lo único que hacen es enganchar a los telespectadores, hasta el punto que creen que su propia vida es un espectáculo. Los realitys shows no tienen ningún tipo de valor moral, embruteciendo la actitud de quién los ve y los aceptan como una distracción. Los televidentes pueden criticar los actos de los concursantes sin tener que darle a ningún botón.

Hay que mentalizar a las personas para que no malgasten su tiempo en estas cosas, pudiendo salir a la calle para hacer ejercicio, leer, dedicar más tiempo a los suyos o simplemente cambiando de canal, porque se puede disfrutar de una forma más "sana". Cambie su forma de ver las cosas y cambiará la de las generaciones futuras.

                                                  Maite Díaz.

                                 

sábado, 14 de julio de 2012

PART OF ME

Uno de los mayores placeres de la vida, es lograr aquello que otros dijeron que no lograrías.


viernes, 13 de julio de 2012

CAUSE FOR THE WORLD YOU ARE SOMEONE BUT FOR SOMEONE YOURE THE WORLD




ATARDECER

Mar tranquilo, 
espejo del Sol.
Bajo el cielo pintado
de rosa pastel,
dos guitarras sobre la arena,
tu y yo;
clave de sol y clave de fa,
componiendo en armonía
una canción sin acabar.
Pirámide de piedra
resistente a las agujas del reloj
nuestra relación
fruto de miradas,
capitel de mi delicada alma,
una octava más alta de lo normal,
un pentagrama
que los mejores músicos
querrían interpretar.

                                                 Maite Díaz.